Resulta curioso que en una ciudad de más de millón y medio de habitantes se sigan dando situaciones más propias de un pueblo de menos de 5.000 del sur de España, por poner un jemplo, de donde, además, guardo recuerdos de infancia con todos los vecinos apoltronados en sus sillas de mimbre en la puerta “disfrutando de la fresca”, la brisa o la del pueblo, entiéndase como se quiera.
No nos engañemos, queda muy bien decir de Barcelona que es una ciudad cosmopolita (yo en efecto creo que lo es) y moderna con una mentalidad de apertura y en la que cualquiera se puede sentir como “en casa”. Pero ¿quien hace que eso sea así? Siceramente hasta hace poquito pensaba que no somos precisamente nosotros. Nos cruzamos en el ascensor con los vecinos y a penas si agachamos la cabeza con un incómodo “buenos días” o “¿a qué piso va?” Y ya no digamos donde quedó aquello de pedirle una pizca de sal a la del 4º o pedirle prestada la minipimer... que aberración!!!!
Por suerte, hay rincones de esta ciudad que te devuelven la confianza más propia de ese pueblo de 5.000 habitantes donde todos se conocen y las familias son más grandes de lo que por consanguinidad correspondería.
Recuerdo cuando la vecina del bajos 3ª, recién llegada, pasó a presentarse y a preguntarme si me molestaba el sonido de la lavadora o la música que le gustaba poner los sábados por la mañana. Niguna de las 2 sabía en aquel momento que con esa conversación estábamos iniciando lo que hemos acabado bautizando como “el Melrose Place” del vecindario.
Desde entonces, además de compartir el rellano y haberlo transformado en un pequeño jardín de ciudad, en el que ya no sólo tenemos taburetes para sentarnos a fumar si no que es punto de encuentro casi diario, también es testigo de una relación de amistad poco habitual y que te devuelve la conciencia cívica, el buen rollo y las risas que tanto se echan en falta entre muros de hormigón.
Lo último, la mini boda que les preparamos a los del bajos 1ª. Quizás sean los únicos de la ciudad que pueden decir que tuvieron una segunda boda, más de 2 meses después de la genuina... o mejor dicho de la oficial porque por genuina, entendida como auténtica, la del rellano creo que se superó. No faltaron las velas, ni la copas de cava, la marcha nupcial, el arroz, el menú, la barra libre ni, por supuesto, los novios sobre el “pastel” nupcial.
Obviamente uno de los mejores y muchos recuerdos que me llevaré conmigo de este bloque de pisos con alma en la calle Ballester.
Va por ustedes!!!!
PS. ¿Quién tiene mi batidora? :)
Mengulas Sepeninggalan John Lennon
Hace 7 años