miércoles, 2 de enero de 2008

Claroscuro

Ayer en el metro una mujer le discutía a su marido el uso de la palabra “cariño” con una compañera de trabajo. La verdad es que los dos parecían tener razón en su justificación. Por lo visto su “cari” o “cariño” era como un grito de guerra, como un guiño de pareja… un apelativo cariñoso que únicamente utilizaban entre ellos normalmente. ¿Por qué ahora él lo utilizaba con otra?

Las personas somos recelosas de lo que consideramos NUESTRO y aunque el sentimiento de posesión es nocivo a corto, medio o largo plazo porque suele acabar pasando factura también es verdad que hay otros sentimientos que son igual de nocivos.

¿Por qué nos equivocamos más cuando nos infravaloramos y alguien nos hace sentir bien? ¿Por qué abrimos puertas que no queremos abrir sólo por sentirnos especiales? ¿Por qué luego cuesta ser honestos?

Parece que el camino del crecimiento personal va en paralelo al crecimiento personal de los que nos rodean y a mi, sinceramente, me parece bastante absurdo.
El crecimiento espiritual de cada uno depende de la capacidad de hacer autocrítica, de la empatía y de las ganas de valorar las cosas que realmente merecen la pena.

A veces se abre un claro entre un cielo espeso de nubes. Quizás un día el señor del metro escuche a su mujer llamar “cariño” a otra persona que no sea él y la entienda pero independientemente de ello ambos deberían hacer una reflexión individual…. También incluso esa compañera de trabajo que tiene su propia vida y circunstancias.

Somos únicos y eso debería bastarnos para sentirnos especiales pero las carencias que tenemos son como un velo negro que no dejan pasar la luz.

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